JUSTIFICACIÓN
A lo largo de los siglos se ha caído en el error de asociar a la alquimia con una simple práctica que perseguía convertir metales “impuros” en plata o en oro, o relacionarla con prácticas ocultistas.
Es sabido que la alquimia se dedicó a las prácticas anteriormente mencionadas, pero es necesario saber que fue mucho más allá, que no estaba al alcance de cualquiera y que sólo era permitida a eruditos.
Esta supone el comienzo de lo que hoy se conoce como “química”, por lo tanto es indispensable conocer desde sus comienzos, cómo se desarrolló y cómo tomó al mundo (tanto material como espiritual) que nos rodea para desenvolverse.
La alquimia se valió de los símbolos para crear su propio lenguaje, de la misma manera se sirvió de las artes, tanto escritas como plásticas para lograr su propósito.
Es importante no referirse a la misma como una actividad irrelevante, ya que como lo dice Burckhardt en su estudio acerca de la alquimia “…Si la alquimia fuese pura fantasmagoría, su lenguaje llevaría el sello de la arbitrariedad y la insensatez; mas, por el contrario, tiene todos los rasgos de una auténtica tradición, es decir, de una enseñanza orgánicamente coordinada, aunque en modo alguno esquemática, y unas reglas invariables, confirmadas una y otra vez por sus maestros. Por tanto, no puede ser una hibridación ni una especie de casualidad en la historia de la Humanidad, sino que debe de anunciar una fe profundamente arraigada en las posibilidades del espíritu y del alma.”[1]
Con lo anterior se entiende que es de gran importancia que se ahonde en el tema, para conocer a fondo lo que constituyó la alquimia, cómo se desarrolló, a qué se debió tantos años de experimentos, de búsqueda y trastocar el tema que aquí se trata, la relación entre la práctica ya mencionada y las artes plásticas a lo largo de la historia.
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